El cielo aquella noche se volvió gris y el viento no paró de azotar las ramas de los árboles, que chocaron contra el cristal de nuestra ventana. No fuimos conscientes, o sí, pero estábamos ocupados  o quizás nos gustaba que aquel ruido se alternara con nuestros gemidos Fue una noche larga, pero para nosotros corta. Mientras todos leían el cielo y la bruma, nosotros leímos nuestros cuerpos, y nos perdimos. Ojalá siempre hubiéramos permanecido así, porque cuando nos encontramos sólo había quedado silencio y una luna llena roja brillando en el cielo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al gran amor de mi vida

Mi luz propia

Entrada rápida de desahogo