Al gran amor de mi vida

     Tú, que me hiciste tan Yo. Te has ido, sin más. Sin avisar, en silencio, dejando que tu partida me la comunicara tu propia ausencia.
     Busco algún recuerdo de como era mi vida antes de que tú llegaras y lo llenaras todo. Pero por mucho que intento echar la vista atrás, tú siempre estás ahí, inamovible. Un trozo de realidad que nunca desaparecería y permanecería inmutable. Y ahora que no estás es como si el mundo se hubiera tornado aún más patético y absurdo, y no hay nadie a quién contárselo.
     Siempre tuve la absurda idea de que no te irías, de que siempre permanecerías conmigo, como debe ser. Que seguiría llorando y derramándome sobre ti cuando la vida me la jugara y que te la pasarías persiguiéndome cuando corro gritando de felicidad. Tuve la descabellada idea de que si nos teníamos que ir a alguna parte nos iríamos juntos.
     Los recuerdos de tu partida me atormentan y aun me parece escucharte por las noches. Tus ojos me persiguen congelados en mi mente de forma permanente y no puedo desprenderme. Decidiste irte cuando yo no miraba, para no verme llorar o porque siempre fuiste de los míos y no te gustan las despedidas. Me fustigo pensando en qué podría haber hecho para que te quedaras, si hice lo suficiente o si simplemente me dejé vencer como siempre.
     A mi alrededor se la pasan escondiendo tus cosas para que no me golpeen como a un saco de boxeo, sin atreverse a tirarlas por faltar a tu recuerdo. A pesar de ello, confieso que aún duermo con tus cosas cada noche, abrazando memorias mojadas.
     Mi mejor amigo, el amor de mi vida. El único que siempre estuvo ahí, siempre. Las caricias, besos y abrazos más dulces, que han convertido a todos los demás en amargos. La comprensión y el apoyo en forma de ángel, ahora ya caído.
     Daría lo que fuera, lo que sea, por tan sólo cinco minutos más de los dos, para mirarnos a los ojos y entendernos como nadie lo hace. Porque ya da igual que no nos entiendan, porque aunque lo explicara mil y una veces, pocos saben que no existe dolor más grande que el de una correa vacía.

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