Quédate un rato más, aunque no me digas nada y hagas como si no existiera. Sólo déjame observarte caminar un rato más por mi habitación cómo si fuera la tuya.Vuelve a dejar con esa estúpida manía el abrigo sobre el sofá en vez de en el perchero. Que no sabes cómo me divierte verte adueñarte de mi nevera.

     Anda, quédate. Hacemos lo que te apetezca. Escuchamos la radio, vemos Harry Potter o follamos en la cocina hasta que el sudor se mezcle en nuestra espalda.

     Quédate y déjame volver a perderme otra vez en tu mirada.

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     Una sombra en el camino. Ahí, justo en el centro, parada en la distancia. Su silueta casi es indiscernible en la oscuridad que nos rodea, y ya empiezo a dudar de su existencia, calmándome con el pensamiento de que mi imaginación vuelve a jugar con tu recuerdo.

     Entonces un rayo de mi amiga Luna. Se ilumina la bruma y, con ella, esa carita tuya. Y la veo. Veo la mirada en la que tantas veces me perdí.

     Ahora sí que tengo miedo. Ahora soy yo quien quiere irse.

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