Abriste los ojos mientras yo aún dormía y me encontraste en el asiento de al lado. El tren seguía desdibujando kilómetros en la ventanilla con un ruido sordo. Nunca sabré que pensaste entonces; si te me quedaste mirando como tantas veces había yo hecho contigo, si por primera vez te planteaste que todo aquello era una locura o si fue entonces cuando cambiaste de opinión. Sólo sé que cuando llegamos a la estación y me despertaste con una caricia, en tus ojos ya se vislumbraban las sombras de la determinación. No me diste ni dos segundos para espabilarme cuando ya me arrastrabas al andén. Hasta que no estuvimos fuera de la estación, no fue que me paré en seco a mirarte con detenimiento. No estábamos ni en la estación correcta, ni en la ciudad correcta. Ese no era el destino que ambos habíamos planeado, y tu mirada me decía que nunca llegaríamos.
Al gran amor de mi vida
Tú, que me hiciste tan Yo. Te has ido, sin más. Sin avisar, en silencio, dejando que tu partida me la comunicara tu propia ausencia. Busco algún recuerdo de como era mi vida antes de que tú llegaras y lo llenaras todo. Pero por mucho que intento echar la vista atrás, tú siempre estás ahí, inamovible. Un trozo de realidad que nunca desaparecería y permanecería inmutable. Y ahora que no estás es como si el mundo se hubiera tornado aún más patético y absurdo, y no hay nadie a quién contárselo. Siempre tuve la absurda idea de que no te irías, de que siempre permanecerías conmigo, como debe ser. Que seguiría llorando y derramándome sobre ti cuando la vida me la jugara y que te la pasarías persiguiéndome cuando corro gritando de felicidad. Tuve la descabellada idea de que si nos teníamos que ir a alguna parte nos iríamos juntos. Los recuerdos de tu partida me atormentan y aun me parece escucharte por las noches. Tus ojos me persiguen congelados en mi mente de forma pe
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