Abriste los ojos mientras yo aún dormía y me encontraste en el asiento de al lado. El tren seguía desdibujando kilómetros en la ventanilla con un ruido sordo. Nunca sabré que pensaste entonces; si te me quedaste mirando como tantas veces había yo hecho contigo, si por primera vez te planteaste que todo aquello era una locura o si fue entonces cuando cambiaste de opinión. Sólo sé que cuando llegamos a la estación y me despertaste con una caricia, en tus ojos ya se vislumbraban las sombras de la determinación. No me diste ni dos segundos para espabilarme cuando ya me arrastrabas al andén. Hasta que no estuvimos fuera de la estación, no fue que me paré en seco a mirarte con detenimiento. No estábamos ni en la estación correcta, ni en la ciudad correcta. Ese no era el destino que ambos habíamos planeado, y tu mirada me decía que nunca llegaríamos.

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